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No será posible resolver las causas originarias de la inseguridad alimentaria y de la malnutrición mientras permanezcan las desigualdades de género.
Desde principios del siglo XX, el Día Internacional de la Mujer ha estado acompañado de manifestaciones multitudinarias que reclaman una sociedad más igualitaria. Una fecha como esta, en la que se conmemora la lucha por la justicia social, sigue siendo, a día de hoy, igual de relevante, especialmente en un mundo que cambia a pasos agigantados pero que continúa mostrando sus desigualdades, y en una sociedad que muy habitualmente antepone la mercancia sobre las personas y pone a las mujeres entre los grupos más afectados.
FIAN International se suma huelga internacional de mujeres, organizada por diferentes movimientos feministas en todo el mundo, y subraya que el patriarcado no únicamente afecta a la mitad de la población mundial, sino que también elimina cualquier posibilidad de acabar con el hambre.
Aun siendo las productoras de alimentos, tienen restringido el acceso a los recursos naturales
Incluso a día de hoy, las mujeres siguen siendo vistas como ciudadanos de segunda clase y están sujetas a diferentes formas de discriminación y opresión en la economía de mercado predominante. En las zonas rurales, las mujeres son las que cultivan y aran la tierra, además de recolectar más del 50% de los alimentos. Las mujeres contribuyen de manera significativa a la fuerza laboral del sector alimentario, con tareas tanto previas como posteriores a la recolecta, preservando y transfiriendo la sabiduría tradicional dentro de las comunidades. A pesar de esto, la mayor parte de las mujeres siguen teniendo un limitado acceso a los recursos.
La fuerza de trabajo de las mujeres es también fundamental en el procesado de los alimentos y preparación del sector, pero aquí también están explotadas y expuestas a una fuerte discriminación. Con una remuneración baja y desigual, tanto las mujeres del campo como las de las zonas urbanas se hacen cargo de un trabajo de cuidado no remunerado y son, a menudo, excluidas de la toma de decisiones y de los puestos de liderazgo.
Violencia en la cesta de la compra
Las profundas repercusiones que el sistema tiene sobre las mujeres no acaban aquí. Las actuales campañas publicitarias ejercen una importante violencia sobre las mujeres y niñas al promover de manera agresiva cánones de belleza a los que el cuerpo femenino está socialmente obligado a seguir. Estos patrones de belleza tienen sus raíces en los valores patriarcales y se alcanzan, en parte, a través del consumo de productos alimentarios que no priman la salud de las mujeres y, en cambio, se centran en aumentar los beneficios del negocio de la alimentación. En lugar de incentivar una alimentación saludable, el mercado establece que no únicamente es una buena idea alcanzar estos cánones, sino que, también, los productos ultra procesados, industrializados y, a menudo, poco respetuosos con el medioambiente son perfectos para alcanzar este fin.
En esta misma línea, las mujeres, que siguen siendo las proveedoras de alimentos y comestibles en el hogar, son el grupo objetivo de las campañas de marketing que tratan de influir sobre la alimentación de las familias. En el contexto actual en el que la malnutrición es reducida a un problema de “falta de nutrientes” que únicamente puede solucionarse con “productos específicos”, al mismo tiempo que el precio de los productos frescos está en aumento, las familias apenas tienen más opción que consumir alimentos industrializados, suplementos, píldoras y polvos nutritivos.
Es necesario un cambio estructural
El derecho humano a una alimentación y nutrición adecuada implica que las mujeres alcancen la plena realización de sus derechos y que se reconozca su posición igualitaria en la sociedad. La actual economía de la alimentación mundial aleja a la sociedad de sistemas de alimentación que valoren a los proveedores de alimentos y que se preocupen de proporcionar alimentos saludables y culturalmente apropiados. Asimismo, tanto los estereotipos de género como la división sexual del trabajo tienen severas implicaciones para el cuerpo y salud de las mujeres. Al mismo tiempo, impiden su participación en los espacios de política y otras organizaciones, algo que resulta fundamental para la defensa de sus intereses en el sistema de alimentación, desde las semillas al plato, y, por lo tanto, para implicarse activamente en la necesaria transformación del sistema.
Con millones de personas a punto de llenar las calles, el mundo demuestra sus ganas y necesidad de cambio. Pero los cambios sólo serán estructuralmente verdaderos y significativos si los estados luchan contra la discriminación en todas sus formas, desde la discriminación de género a la de clase, pasando por la étnica, y anteponiendo las personas sobre el beneficio. De otro modo, incluso si una parte de la población es capaz de alcanzar la realización de sus derechos humanos, el resto permanecerá encadenado.
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